El combustible eran los nervios y la nave era mi propio cuerpo. Nunca medité sobre eso realmente. No pensé que iba a volver a pasar, pero aún así me equivocaba. Y es que esa venenosa tentación me llama con su armoniosa voz para que peque, para que busqué lo que no encuentro en ninguna parte.
Cuando nadie está puedo refugiarme en ese momento del pasado, hace que no me sienta tan sola. Es amable conmigo y me hace sentir mejor, de alguna manera. No me juzga y tampoco pregunta lo que no sé, no quiere motivos, solo quiere que me calme. Porque sabe perfectamente que ni siquiera yo sé qué es lo que pasa conmigo y lo entiende. Así que no tengo que dar explicaciones inadecuadas y torpes, solamente tengo que entregarme a él y no tengo que pensar ni hacer en nada más.
No necesito drogas. Lo tengo a él. El vicio aumenta y una vez que lo pruebas es imposible simplemente despegarse de él. Sin embargo, una cosa es cierta. Cada vez que voy allí me muero un poquito más.
Porque una de las cosas que más me gustan de él es que tiene el mismo objetivo que yo: destruirme.
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