Oyes como los gritos inundan tu espacio e intentan avisarte de que algo va mal, pero tampoco prestas demasiada atención. Tus ojos observan una masacre bastante gratuita, por motivos de los que ya ni te acuerdas. Los nervios invaden tu cuerpo y te paralizan. No eres capaz de mirar por mucho más tiempo. Las rodillas comienzan a ceder y caes. Porque ahí, es cuando te das cuenta de las verdaderas consecuencias que tiene una guerra y de que estas no se esfuman tan fácilmente.
El campo de batalla está lleno de cadáveres y de miembros arrancados de sus cuerpos, aquellas pobres piezas de alma que murieron en el mar del horror y de la desesperación, que vieron como sus última esperanza de existencia se desvanecía de la peor manera posible. Ahora solo son alimentos para los bichos, simple materia sin vida que descansa en un suelo tan caliente como el hielo.
Literalmente te arrancas los pelos y aunque la rabia te ciegue intentas pensar de quién es la culpa. No es tan difícil de intuir, ¿verdad? No quieres que esa idea se pase siquiera por tu cabeza, pero es así, no queda más que admitirlo y así haces. Y el mundo se te cae encima.
Por que da igual lo que hagas, van a seguir muriendo. Sabes que lo peor es que con ellos, una pequeña parte de ti también desaparece.
No hay comentarios:
Publicar un comentario