Aunque ya haya pasado tiempo, del fuego quedan cenizas. Lo que importó en algún momento, sigue importando si tienes un mechero.
Hay llamas que es mejor no volver a prender, eso es algo básico. Pero los accidentes ocurren, tanto provocados por uno mismo como por otros. Hay llamas que no son tan fáciles de apagar, que necesitan de una extinción rápida si avivan. Hay llamas que queman y matan con su calor.
Y como no, hoy el fuego se volvió a encender. Porque recuerdo todo: los casi tres segundos de angustia, el ascenso, la cabeza baja. Algo dentro de mi ser se retuerce y amenaza con romperme en millones de trozos de carne, solamente con darme de cuenta de algo. Esa despreciable desesperación que se personifica en mi lúgubre rostro, que hace que me distancie mundos de mí misma, que me odie con ganas. Viene acompañada por esa famosa cuestión que no deseo que nadie se plantee en su vida.
Solo se puede elegir una opción: vivir en una espiral de dolor que se hace más larga cuando el reflejo de la cruel realidad gana claridad o bien ceder y ser engañada por la dulce muerte, siempre sonriente, que está muy dispuesta a arrastrarme con sus cálidos brazos hasta el infierno.
Me gustaría tener la posibilidad de despertarme de esta pesadilla que hace eones que empezó y de la cual no recuerdo ya el motivo. No está bien depender del mundo y a la misma vez odiarlo, es incongruente y no me gusta. Pero aunque desee escapar, es imposible hacerlo. Porque mi cabeza ya se ha quemado por completo.
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